La mitad de la población mundial son mujeres, unos 4.000 millones de personas. Se estima que 1.000 millones entrarán en la menopausia en 2025, y que el 80% experimentará síntomas asociados a esta etapa, en la que convivirán durante cerca del 40% de su vida. Este solo dato da una idea de la relevancia del público femenino —en su conjunto o en algunas de sus fases vitales— como nicho de mercado emergente para categorías como los alimentos funcionales, la nutracéutica o la nutrición personalizada. Lo sorprendente, quizás, es que hasta ahora no se le haya prestado mayor atención. Desde ingredientes orientados al eje intestino-cerebro-piel hasta suplementos botánicos como la ashwagandha para la menopausia, la industria trabaja ya en soluciones específicas para un mercado potencial estimado en 66.500 millones de dólares. Nos hemos acercado a todo ello de la mano de algunas expertas de la industria en la última edición de Future Food-Tech.
¿En qué están trabajando las empresas de la industria alimentaria para responder a esta demanda y acceder a un mercado con tanto potencial? La innovación avanza hacia soluciones que combinan ingredientes con respaldo científico y un desarrollo sensorial cuidado: productos que no solo sean eficaces, sino también agradables de consumir.
Un ejemplo de los recientes caminos que abre la innovación en materia de salud femenina es el uso de ashwagandha, un botánico de la tradición ayurvédica conocido por sus propiedades para reducir el estrés. “Contamos con una ashwagandha patentada —explica Alexandra Boelrijk, Global Senior R&D Director ProActive Health en KERRY— y hemos realizado un ensayo clínico aleatorizado y controlado en más de 120 mujeres menopáusicas. Los resultados mostraron mejoras significativas en los sofocos, el estado de ánimo, los niveles de energía, la fuerza y la salud sexual”.

El potencial aún inexplorado del microbioma femenino
Otro de los campos en plena expansión es el del microbioma, omnipresente en la conversación científica pero aún lejos de conocerse en profundidad. “En nuestros intestinos hay entorno a 100 billones de microorganismos, y sin embargo, el mercado de los probióticos se centra básicamente en cuatro cepas”, señalaba Vrancesca Sagui, VP de producto en DSM Firmenich. “¿Podemos imaginar cuántas más quedan por descubrir?”.
La evidencia científica sigue creciendo, y los nuevos hallazgos van mucho más allá de la salud digestiva. El microbioma influye en la inmunidad, en el equilibrio del eje intestino-cerebro, e incluso en aspectos como la calidad del sueño o el manejo del estrés. Los avances son rápidos, y las posibilidades para desarrollar ingredientes funcionales más precisos —y dirigidos a distintas etapas vitales de la mujer— parecen casi infinitas.
Qué demandan las consumidoras
Las mujeres buscan alimentos funcionales y suplementos que las acompañen en su recorrido vital, ayudándolas a mantener un equilibrio sostenido a largo plazo. Quieren productos eficaces, pero también accesibles, integrados en formatos cotidianos y fáciles de incorporar a su rutina.
Además, empieza a consolidarse un nuevo espacio de innovación ligado a la salud metabólica -entedida como equilibrio en el uso de la energía y los nutrientes para mantener un metabolismo y un peso saludables, clave para una buena calidad y duración de vida- y al bienestar intestinal. Se ha observado, por ejemplo, que los tratamientos con agonistas de GLP-1 pueden alterar el equilibrio del microbioma, lo que abre oportunidades para desarrollar productos que ayuden a proteger la salud digestiva durante esos procesos.
«El intestino ya no se entiende solo como un órgano digestivo: se considera un auténtico órgano endocrino, con un papel clave en la regulación hormonal y energética. Existe una gran oportunidad para desarrollar productos que apoyen esta función, y la demanda por parte de las consumidoras ya está ahí”, apunta Sagui.
Retos para la industria
El interés por la salud femenina ha crecido de forma notable en los últimos cinco años, pero aún persisten desafíos importantes. Entre ellos, la necesidad de realizar estudios clínicos más amplios y de larga duración, algo que no siempre resulta realista dentro de los tiempos y recursos de la industria alimentaria.
También existe una brecha en la personalización: el modelo de “una solución para todas” ya no encaja con las nuevas expectativas de las consumidoras ni con la diversidad biológica y hormonal de las mujeres. Y a todo ello se suman los retos regulatorios y de comunicación, que limitan las declaraciones saludables que pueden hacerse en los productos alimentarios.